Lo veía en el instituto. Conocía su reputación. Sabía que era rico, privilegiado y malo.
Él dirigía el espectáculo en ese entonces, un fiestero y un jugador.
Luego regresó de la universidad, de vuelta a la ciudad que nunca dejé. Ahora es diferente.
Viene al bar y conozco su rutina.
Sé qué taburete elegirá.
Conozco su bebida favorita. Sé qué equipo deportivo querrá en la pantalla del televisor.
Y veo cómo se le insinúan.
A veces sale del bar con una mujer. A veces no.
Pero siempre estoy allí, atendiendo sus bebidas. Me sonríe y me devuelve el saludo.
Entonces, una noche, tras una larga mirada de apreciación, me preguntó:
—Ava, ¿por qué estás soltera?
Me incliné y le dije una mentira, sabiendo la verdad.