Anahera Rawiri dejó Nueva Zelanda a los veintiún años, huyendo de la pobreza de los pueblos pequeños y de los fantasmas de su infancia sin planes de mirar atrás. Pero ocho años más tarde, regresa, buscando la familiaridad como un respiro de los restos destrozados de su nueva vida. Y a pesar de los cambios provocados por el aumento del turismo -el nuevo y brillante cartel de bienvenida en la línea de la ciudad y una nueva presencia policial decididamente menos brillante-, Golden Cove aparece como siempre: un pequeño asentamiento en la salvaje costa oeste de la Isla Sur, poblado por todos los rostros recordados y con un telón de fondo de exuberante verdor, acantilados escarpados y olas que rompen.
El detective Will Gallagher lo sabe todo sobre los fantasmas; el suyo propio lo echó de una prometedora carrera en Christchurch, aterrizando como único policía en un pintoresco pueblo donde sus preocupaciones más urgentes son los pequeños robos y los ocasionales borrachos. Cuando Miri Hinewai, residente de Golden Cove, sale a correr y no regresa, Will se encuentra dirigiendo la búsqueda de una persona desaparecida que rápidamente se convierte en una investigación oficial después de que este caso se conecta con otros similares del pasado. Como forastero, Will comienza a confiar en el conocimiento que Anahera tiene de la zona y de sus residentes para ayudarle a profundizar en los secretos de Golden Cove, y para determinar si alberga algo mucho más peligroso que un simple paisaje implacable.